martes, 1 de julio de 2008

Siete son los potajes


El día más importante de la Semana Santa, siempre fue en mi casa el jueves. Y lo fue por los "siete potajes".

¿De qué se trata? Pues de la reunión a la mesa a mediodía del jueves santo para compartir un almuerzo en el que por lo menos deben servirse siete preparaciones distintas entre dulces y saladas. Simplemente, una herencia de mis hondas raíces andinas.

En un principio, o por lo menos en el de mi memoria, tales preparaciones respetaban escrupulosamente las prohibiciones religiosas de la cuaresma católica, de la que mi abuela materna, Nanita, era su principal garante.

Con el tiempo, sobre todo después de su muerte hace ya más de veinte años, el número de los potajes se mantuvo pero con heréticas incorporaciones, aupadas por algunos hermanos mal dotados para el disfrute de los productos de mares y ríos.

Algunas veces, familiares y amigos muy cercanos nos han acompañado, sumando al ágape deliciosos platillos de su autoría. El motivo religioso cada vez se cita menos pero la intensa felicidad del placer compartido sigue pareciéndose mucho a una epifanía.

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